dimarts, 17 de maig del 2016

Metamorfosis de Don Quijote a Capitán Garfio

Paula Cabrera, alumna de 4t B, va guanyar amb aquest relat el concurs literari de Sant Jordi en la convocatòria de llengua castellana. Els alumnes havien d'actualitzar algun fragment del Don Quijote de Cervantes, quatre-cents anys després de la publicació de la segona part d'aquesta novel·la genial que inaugurava la tradició de la novel·la moderna.

Unos intensos rayos de sol cruzaban la ventana de la habitación. Parecía que por fin iba a ser un día soleado. La alarma del Iphone 6 de don Quijote sonó a las seis de la mañana, como de costumbre, etiquetada como “Levántate, que tienes que hacer un mundo mejor que ayer, pero peor que mañana”. Aquel día, mientras don Quijote ingería sus fresas con nata, Nutella y Lacasitos, acompañadas de una bolsita de regalices negros, el desayuno de cualquier caballero, nuestro hidalgo empezó a leer el clásico que había tomado prestado de la biblioteca de Selva de Mar y que llevaba por título Blancanieves y los siete enanitos. La amada de don Quijote, llamada Dulcinea del Toboso y a la que quería con todo su corazón caballeroso, dormía plácidamente en su habitación rosa fucsia desde hacía cuatro años, sin pausa, y él desconocía la razón. Sin embargo, la cuidaba día tras día, a pesar de que no abría ni un ojo.
Tras leer el clásico, don Quijote decidió ir a llamar al timbre de su vecino Sancho Panza (llamado así por sus amigos a causa de su característica y peculiar barriga) para ir en busca de nuevas aventuras. Pero hoy, a diferencia de los demás días, don Quijote tenía un objetivo: capturar a la malvada reina Grimhilde, causante del sueño profundo en el que había caído Blancanieves. Y es que, después de leer el clásico, cuya historia don Quijote desconocía, la comparó con la situación de su querida Dulcinea y sospechó que, tal vez, a su amor le hubiera pasado lo mismo.
Después de perrear (acción similar a cabalgar pero sustituyendo el caballo por un perro) unos largos dos minutos, ya que su animal decidió aprovechar y hacer sus necesidades, acción que requería un tiempo e intimidad determinados, llegó a casa de su camarada. Seguidamente, llamó al timbre. Pasados entre 50 minutos y 2 horas y media, se asomó por el balcón la señorita Sancha Panza, hermana de su leal compañero. Don Quijote había estado enamorado de ella toda su infancia, era su amor platónico. De niño soñaba con dormirse apoyado en su barriguita, que debía de tener un diámetro de 32 centímetros aproximadamente. Pero todo cambió tras conocer a Dulcinea: la vio por primera vez mirándose en el espejo de la discoteca Sikim de Empuriabrava… ¡y fue un flechazo!
-¿Se encuentra mi fiel escudero en casa, señorita? -preguntó respetuosamente don Quijote a Sancha Panza.
-Sí, señor. Se está acabando de lavar los dientes y enseguida estará preparado para salir. Usted ya conoce la intuición de mi hermano, y él hoy intuía que pasaría a buscarlo para vivir una de esas grandes aventuras que ustedes viven, ¿verdad?
Aún no había terminado Sancha de formular la frase cuando Sancho ya estaba pateando  (acción similar a perrear, pero sustituyendo el perro por un pato) a dos metros de distancia de don Quijote. Gracias a su estupenda intuición, Sancho Panza ya conocía el objetivo de aquel soleado día.
Después de adentrarse en un bosque llamado El Manzanero, cuyo nombre dedujeron que se debía a la cantidad de manzanas que albergaba, vieron a lo lejos a una persona vestida con una túnica negra y larga que llevaba un pañuelo que le cubría media melena. Tras un par de minutos de reflexión, nuestro caballero la asoció con la malvada reina Grimhilde disfrazada de anciana para así, como en el libro, ocultar su verdadera identidad. Ataron al pato y al perro a un árbol y, lentamente y sin hacer ruido, se acercaron a ella. Cuando estaban a tan solo dos pasos de la anciana, don Quijote sacó unas esposas para apresar a la pérfida reina, ya que pensaba que había sido ella quien le había dado la manzana a Dulcinea para que cayera en su profundo sueño. Rápidamente, don Quijote le colocó las esposas mientras Sancho Panza le miraba con asombro.
-¡Mi señor! ¡Se ha confundido usted! Esto es un espantapájaros, la anciana está unos metros más allá… -le dijo al hidalgo con dificultades para contener la risa.
-¡Tranquilo, Sancho! Sé que ahora mismo tu miedo está provocando que no puedas ver la realidad pero, no te preocupes, esto puedo hacerlo yo solo. Todo saldrá bien, amigo… ¡Ya la tengo!
Una vez que don Quijote montara en su perro al espantapájaros esposado creyendo que se trataba de la reina malvada, Sancho Panza, en un abrir y cerrar de ojos, había capturado a la verdadera reina Grimhilde. Sin que don Quijote se diera cuenta y a través de algunas amenazas, Sancho había descubierto dónde se encontraba el príncipe que haría que el hechizo de la bella Dulcinea se rompiera y esta despertara para siempre.
Gracias a la precisión de la perversa reina Grimhilde, que había confesado la calle y el número donde habitaba el príncipe, llegaron al maravilloso palacete principesco en lo que se tarda en preparar el desayuno de un auténtico caballero. Cuando entraron y vieron al príncipe, nuestro hidalgo y su fiel escudero quedaron estupefactos porque... ¡tenía forma de sapo! Lo cogieron rápidamente y, durante el camino a su casa para acabar de concluir la misión, don Quijote no paraba de afirmar que aquel no era el príncipe, sino el Caballero de los Espejos.
Llegados a la habitación rosa fucsia, y ante los ojos de don Quijote, el sapo besó a la hermosa y dulce Dulcinea. Tras unos segundos, esta abrió sus ojos al mismo tiempo que el sapo se convertía en el príncipe más apuesto jamás visto en La Mancha. La rabia que sintió don Quijote hizo que naciera en él el deseo de quitarle la vida al guapísimo príncipe, pero con tan mala fortuna que, sin querer, acabó clavándose él mismo su propia espada en la mano y, a causa de ello, la perdió. Desde entonces le llaman capitán Garfio.

Paula Cabrera (4t B)

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